viernes, 24 de junio de 2011

La primera vez de mi hijita

La desgracia cayó sobre nuestras cabezas inesperadamente: Mi mujer conoció en un recital a la baterista de una banda de rock inglesa y nos abandonó, a nuestra hijita de doce años y a mí, sin dudarlo un segundo, sólo dijo: Ahora sé lo que es el verdadero amor e hizo su valija y se fue sin prestar atención al desgarrador llanto de nuestra niña ni a mis invocaciones a sus responsabilidades de madre.
A los treinta y cuatro años mi vida estaba destruida y no pensaba más que en dedicar todo mi tiempo a mi hijita e intenté ser padre y madre al mismo tiempo con resultados diversos. Por ejemplo: Una noche me despertó llorando aterrada y mostrándome una mano manchada de sangre gritó: “¡Me sale sangre! ¡Papá! ¡Me sale sangre!” Era lo único que me faltaba, mi niña tenía su menarca. Desperté a mi madre que por teléfono me indicó como hacer un apósito con algodón y me dio instrucciones. Llevé a la niña al baño tranquilizándola y la hice lavarse mientras armaba el apósito y le expliqué cómo mantenerlo en su sitio con la bombacha.
A lo que no pude rehusarme fue a que quisiese dormir conmigo. Se durmió abrazada a mí, como buscando refugio y amparo, pero su olor me trastornó. De pronto recordé a mi mujer en esos días femeninos y no pude evitar excitarme, no existe nada más afrodisíaco que el olor de una mujer en su período. Por la mañana mi madre vino a casa con apósitos y analgésicos y tuvo con ella una larga charla a solas de la que ambas salieron aliviadas. Mi madre quiso llevarla a su casa por el tiempo que durase la indisposición, pero la pequeña se negó rotundamente: “Yo no voy a abandonar a mi papá como hizo mi mamá” Dijo con rabia.
Los meses fueron pasando y poco a poco nos fuimos acostumbrando a la ausencia de mi mujer de la que no volvimos a tener ninguna noticia, parecía que la pasión le duraba. La niña se transformó en una bellísima jovencita y a los catorce se parecía notablemente a su madre: Alta, delgada, elegante, refinada y muy rubia y con ojos color miel y una figura con incipientes formas femeninas que pre anunciaban que pronto se transformaría en una impresionante mujer, a veces me quedaba mirándola asombrado de tanta belleza, pero una noche me demostró que aún era una niña a pesar de su cuerpo de mujer.
Me despertó en medio de la noche un grito desgarrador y salté de la cama y corrí a su habitación. La encontré acurrucada en un rincón con las rodillas pegadas a su barbilla y sus brazos apretando las piernas contra su cuerpo. Estaba aterrada y tenía la mirada perdida y tuve que sacudirla para hacerla reaccionar y que me cuente que le pasaba: “Un señor horrible me quería hacer cosas feas” Dijo confirmándome que había tenido una pesadilla. La calmé con mucho esfuerzo y la llevé nuevamente a su cama e intenté convencerla que ya había pasado y que dormiría tranquila, pero me respondió: “¡Ni loca duermo sola! Llevame a tu cama” Refutó mis argumentos con fiereza y no me quedó más remedio que permitirle dormir conmigo “Sólo por esta noche” Aclaré.
Me percaté en ese momento que solo vestía el pantalón corto de mi pijama y que ella tenía un camisón corto de verano muy transparente, tanto que se notaba claramente que dormía sin bombacha, como su madre. Tragué saliva, el cuerpo semidesnudo de mi hijita era inquietante, pero su inocencia era tan grande que no notó mi turbación por la inesperada situación y decidí hacer de tripas corazón y afrontar lo que quedaba de la noche, en mi cama y con mi hija.
No fue nada fácil y desde el comienzo. Se metió en la cama muy pegada a mí y el camisón se le levantó casi hasta las caderas y sentí la piel tibia de sus largas piernas rozarse con las mías. Me cruzó el brazo sobre el pecho y apoyó su cara en él en tanto le pasaba el brazo por debajo de los hombros y apoyaba mi mano en su cintura, ella cruzó su pierna sobre las mías y quedé atrapado, así no iba a poder dormir de ninguna manera, pero ella no pareció darse cuenta.
Se durmió en minutos, pero yo no sólo no dormía sino que me debatía entre la responsabilidad de mi paternidad y la inquietante tentación que me producía tener entre mis brazos a una adolescente deslumbrante, finalmente me dormí.
Me desperté ya de madrugada porque sentía algo extraño, pero agradable y comencé a tomar conciencia lentamente de que se trataba, tenía mi habitual erección matinal y mi niña tenía apretado en su puño mi glande a través del pantalón pijama, me estremecí. Para peor me daba cuenta que durante la noche mi mano había bajado de su cintura y estaba hundida entre sus nalguitas desnudas y sentí, moviendo levemente los dedos, el pequeño orificio anal bajo las yemas, comencé a transpirar frio.
No me atrevía moverme esperando que ella aflojase el puño y liberase mi verga y tampoco me atrevía a soltarle las nalguitas por miedo a despertarla, fue entonces que dijo: “¿Estás despierto papi? Tragué saliva y respondí: “Si… si.” Era una situación de difícil resolución ¿Cómo saldría de ella y cuáles serían las consecuencias? No podía ni imaginarme, pero comencé a darme cuenta que ella sí tenía una idea y que podía ser muy distinta a la mía cuando comenzó a acariciarme el glande sin soltarlo.
Lo apretaba y aflojaba la manita, deslizaba la palma por la cabeza y la rodeaba y volvía a apretar. “Basta, por favor” Atiné a decir. “¿Por qué?” Pregunto con inocencia (o con maldad) “Porque soy tu padre y vos mi hija” Dije y me contestó con una risa que me dolió más que un insulto. “Papi… no seas antiguo” Respondió. Intenté ponerme firme y dije con tono severo: “No me hagas enojar y compórtate” Volvió a reír y preguntó: “¿Y vos por qué no me soltás? ¡Touché!
No tuve que hacerlo, ella se arrodilló en la cama liberando mi glande y retirándose de mi mano se quitó el camisón que voló sobre su cabeza y se mostró ante mi completamente desnuda en la claridad plateada del amanacer, tragué saliva. “¿Te gusto?” “Claro que no, sos mi hija y no podés gustarme aunque piense que eres una jovencita muy bella “. Se rió: “Papi… ¡Qué divino que sos! Tan, tan formal…” Me hizo sentir muy ridículo, parecía que mi hija me dominaba a su entera voluntad. “Y decime papi… ¿Por qué si no te gusto tenés esto tan duro?” Dijo señalando mi miembro y, sin que pudiera evitarlo, tomó el pantalón por la cintura y lo bajó de golpe haciendo que mi durísima verga saltase como un resorte lo que le provocó una gran carcajada.
La atrapó antes que dejase de balancearse y dejando de reír pidió: “Dámela” “No” Respondí luchando contra la terrible tentación que me embargaba. Repitió: “Dámela” “No” Repetí. “Si no me la das la tomo sola” Dijo con determinación haciéndome sudar frío. “Te dije que no” Intenté defenderme sabiendo que estaba perdiendo la batalla. “No digas que no te avisé” Dijo y se colocó a horcajadas sobre mi cuerpo al tiempo que llevaba el glande a su entrepierna. Quedé paralizado y no atiné a defenderme, sólo la observaba con curiosidad.
Se acomodó el glande entre los labios calientes y húmedos de su pequeña vagina y luego, soltándome la verga, me miró un instante a los ojos muy seriamente mientras permanecía suspendida en el aire apoyada en la cabeza de mi miembro, después se dejó caer sentada y se auto desvirgó de una sola estocada.
“¡Ayyyyyyyyyy! Gritó. Y se echó sobre mi pecho, aferrándose con sus manitas a mis hombros, mientras sentía como mi glande desgarraba el delicado himen y se hundía separando las estrechas paredes virginales de su pequeña conchita. Empezó a sacudirse arrasada por las convulsiones de un tremendo orgasmo mientras clavaba sus uñas en mis hombros y yo, ya definitivamente vencido, le atrapaba las nalguitas y la apretaba contra mi cuerpo hundiéndole el glande casi hasta el mismo útero al tiempo que eyaculaba como un semental.
¡Ayyyyyyyyyyy! Volvió a gritar asustada por las violentas pulsiones de mi miembro al eyacular y por sentirse inundada por el semen caliente que brotaba inagotable de mi poronga, más de dos años de abstinencia se desagotaban inconteniblemente dentro de la pequeña conchita desflorada de mi pequeña hija. La besé en la boca por primera vez y mi lengua la llenó con su tamaño y ella la chupó y la mordió suavemente mientras aún los últimos ramalazos del orgasmo la sacudían y yo sentía las contracciones de las paredes vaginales que parecían intentar ordeñar hasta la última gota de semen.
Temblaba entre mis brazos mientras la acariciaba y la llenaba de besos y ella mojaba mi pecho con su saliva y su aliento caliente entibiaba mi piel, finalmente dijo: “Papi ¡Qué lindo! ¡Qué lindo! ¡Es divino! Quiero más.” “Si pequeña, es divino y yo te voy a dar todo lo que quieras, pero ahora déjame reponer un minuto, sólo un minuto” “¿Por qué tenemos que esperar?” Preguntó inocentemente, pero no sería necesario esperar ni siquiera un minuto porque sentía que mi verga se volvía a endurecer.
La volqué en la cama y la puse boca arriba, quería gozarla mirando su bello cuerpo. Apoyé sus piernas en mis hombros mientras ella me miraba hacer con curiosidad y le acomodé la cabeza de mi pija entre los labios empapados de flujos y semen. Apenas empujé entró con absoluta facilidad aunque mi niñita volvió a gritar, pero ya casi no le dolía la penetración y, mientras me miraba confiada, empecé a moverme lentamente mientras ella se retorcía de placer y gemía y jadeaba hasta que abriendo muy grandes los ojos gritó “¡Papi! Y empezó a sacudirse del goce.
Después le enseñé el estilo perrito y luego a cabalgar y después de costado y yo por atrás hasta que escuché algo que pensé que no diría: “Basta papi, no puedo más” Me sentí un súper hombre, había logrado cansar a una adolescente. Le dije: “Está bien, has comido con apetito y te mereces el postre” “¿Postre papi?” “Si mi amor, papi te va a dar un postre muy rico por ser una niñita tan buena” Y poniéndola entre mis piernas le dije: “Abre la boca mi amor y chupa que vas a tener un delicioso premio”
Chupó con entusiasmo, algo de desprolijidad y mucho ruido: Chup. Chup. Chup.” Cuando supe que estaba por eyacular le dije: “Toma todo, pequeña, hasta la última gota” Y mi niñita obediente se tomó toda la leche caliente que le inundó la boca. Luego se relamió como un gatito y pidió: “Papi ¿Puedo tomar más postre?” “No, niñita golosa, sólo uno” “Está bien papito ¿Me abrazás que tengo sueñito?” Cómo no iba a abrazarla. Se durmió con la carita de felicidad más grande que le había visto y yo me sentí feliz como nunca.

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